domingo, 6 de julio de 2008

Te estoy echando el cuento (III)

Ayer al atardecer, mientras llovía

Descubrieron la noche al caer de repente del bus, en un San José destrozado de agua y al borde del infarto vial con gente que pasa y pasa. No hay refugio posible podría pensarse, dijo entre dientes sin esperar la respuesta que no llegó. Así funciona ahora, así funciona pensaron para sí, sin tener idea que ambos pensaban lo mismo. Quizá por eso se soportaban sus miles de palabras sin pronunciar, sus continuos desencuentros estando al lado. Los silencios cotidianos, casi un juego de fuerzas por ver quién lo rompía de último, para estallar a carcajadas al final del día mientras la certeza de empate no pasaba pasaba del pensamiento. Buscaron un café sin ruido y sin luz, pero no lo hallaron. No renunciaron al café de todas formas y ya luego con un capuccino y un café irlandés se quedaron viendo a los ojos mientras se sonreían. La pareja de jóvenes profesionales de salarios escandolosos y ropas de deiseñador los envidiaban malsanamente. Un grupo de amigos cesaron por un instante su conversación intrascendente al contemplarlos asombrados. Un tipo solo, con un resfriado y que escribía les dedicó un par de líneas en la novela que nunca publicaría.

Ambos encendieron un cigarrillo. Te quiero, se atrevieron a decir en voz baja. El sonrojo fue mayúsculo, y ya no quisieron decir más. Una joven pelirroja de paquete, falda larga y blusa exótica se sentó a su lado luego de una entrada de diva, sacó una cigarrera abollada y extrajo un tabaco mentolado, buscó el encendedor que no funcionó. Les pidió fuego y se les quedó viendo y viendo y viendo... Sonrió una sonrisa fuerte mientras se escuchaba Holding Back The Years. Eso puso a los tres nostálgicos, sin que supieran bien por qué. A veces, en estos momentos quisiera abrazarte para siempre, pero no se dijeron nada y apenas se rozaron los dedos. Una de esas relaciones cursilonas y aburridas, pensó la chica de rojo fuego artificial, no sin algo de rabia pues jamás había tenido algo así. Lo estudió con detenimiento, pelo corto, barba bien recortada, camisa sencilla, pantalones como los de cualquiera. Nada fuera de lo común. Cara fácilmente olvidable, pero con unos ojos que narraban historias en tres parpadeos. Eso la inquietó, porque también esos ojos sabían escuchar. Tuvo de pronto el miedo ridículo de que ya supiera lo poco impresionante que les parecía como pareja. Pero él apenas si la había notado llegar, la ubicó como a un objeto parte del decorado y eso también le dio rabia ¿qué tenía ella que no tuviera ella? Corte de cabello insulso, labios pequeños e inexpresivos, pequeña y de una delgadez quebradiza, pechos chicos y tímidos, blusa sin pretensiones, pantalón ajustado sin ser escandaloso y zapatos de diario y algo desgastados. Maquillaje inexistente, aretes pequeños, una pulsera breve y un collar que no decía nada más que collar. Manos serias y uñas cortas sin pintar. Con unos ojos tan iguales a los de él que la estremecieron. No podía ser que la casualidad fuera tan grande y que esos dos fueran tan iguales... aunque se lo pensó bien, no, no era casualidad era más bien lógico. Sólo así podían soportarse mutuamente ese silencio catastrófico que mantenían y los unía en un vacío de miles de palabras. Miró hacia otro lado, para desentenderse del poder de atracción de ese agujero negro doble, y la vio entrar. Su falda escandalosa, de cabello rubio obsceno y más falso que el suyo rojo. Cara de mujer hermosa y pasos de femme fatale, una actitud de que todos la tenían que estar viendo, porque era imposible que pasara desapercibida. Ambas cosas ciertas, pues había logrado robarle a la pelirroja la atención de los hombres que la miraban abiertamente porque no estaban acompañados, de los meseros y del tipo que escribía que había dejado de hacerlo para deleitarse lujurioso, de sus senos y su escote. Todos se fijaron en ella, sólo en ella, esta puta de esquina pasó a su lado sin determinarla y se dirigió hacia la pareja de cursis, ¡hola mi amor! voz suave de gata, ¿cómo estás ricura? No esperó respuesta y le dio un beso de esos que erizan el cabello con sólo verlo. Se inclinó calculadora, para resaltar triunfal su trasero astronómico, todos los hombres, incluso los que estaban con sus novias se dejaron arrastrar en ese huracán descarado y estridente.

Ella, la silenciosa de los ojos que hablaban, bajó la vista, asumiendo derrotada su posición de hermana. Segura que ella y ninguna otra, era la única mujer que él amaría en su vida. Algo que él sabía que era cierto.

San José Centro
9 de mayo, 2008

WALL-E

muy bonita

algunos lugares comunes

sencilla

muy bonita

sí la volvería a ver