domingo, 30 de noviembre de 2008

William también conoce la historia.


El Mar de Alajuela

al Jámes, quien me la contó a mí


Hace mucho, mucho tiempo cuentan que Alajuela tuvo su mar. Afirmación tan imposible como el calor que la adorna en los meses sin lluvias. No falta, eso sí, quien jure que es verdad ni quien no lo considere por un momento como una verdad. La historia ya no se escucha tanto como antes, a falta de quien la recuerde completa. Los pocos abuelos que la escucharon sorprendidos e incrédulos de sus abuelos se llevaron el relato consigo cuando la muerte les indicó que era tiempo de marcharse, para dar espacio a nuevas vidas.

Hay mucho de litoral en Alajuela, su calor sabroso siempre innegable, su gente franca y abierta acogedora por saberse un lugar de paso a los marineros de tierra firme. Perdió la oportunidad de ser puerto y la resignación de esa fatalidad fue transformada en aeropuerto. A nadie le falta Dios, diría alguno de los abuelos.

Hay mucho de litoral en esta ciudad, tan sólo basta ver el ritmo que tiene la vida aquí, en pleno Valle Central y plagado de obsesiones de rapidez cibernética, una levedad acogedora de marea baja. Bicicletas como en cualquier playa y ropa fresca de mar en el puritico centro de una ciudad casi en el centro de un país de Centroamérica.

Dicen que antes de la llegada de los españoles o hasta poquito después que estas tierras tuvieran un espacio entre las palabras castellanas hubo un mar con sus peces y sus corales, sus cangrejos y caracoles, sus gaviotas y la nostalgia chiquita de un sol rojo de atardecer que se hunde para siempre en un horizonte verdiazul. Por eso todo atardecer en Alajuela tiene un olorcito salobre que despierta ansias marineras y hace palpitar el corazón con el recuerdo de algún amor de temporada al arrullo infinito de los besos de agua y arena, los besos de esa morena sin memoria cierta o de ese pescador de hombros generosos, según sea el caso para los hijos e hijas del Parque de los Mangos. Sólo basta con sentarse en algún poyo de este parque maravilloso o extasiarse en la pequeña simplicidad del Parque Palmares cerrar los ojos y escuchar con atención los ecos de las olas que fueron, o sentarse de cara al oeste y ver cómo el sol naufraga en la marea alta del Cementerio, en el Parque del Cementerio.

Todas las historias tenían en común el mar sin nombre que ya no está y todas llegaban siempre al mismo punto, nadie sabía por qué ya no está. Una apuesta perdida, compensación de un amor, castigo divino, soberbia… nunca se sabrá con seguridad. Lo único cierto es que ya no hay mar, aunque quedó el calor de playa, el olorcito salobre de los atardeceres, y las ansias marineras que en su momento Playa Jacó, allí en el pacífico puntarenense, supo acoger en adopción a los hijos e hijas de este Parque de los Mangos.

Alajuela Cantón Central

15 de noviembre, 2008



PD: CHILENILLA GUAPA, ¿CUÁL ES LA DIRECCIÓN DE TU BLOG?

5 comentarios:

  1. Que bien!!!, es prácticamente como la escuche yo!.

    ResponderEliminar
  2. Fábula o mito, este texto es ademas de inteligente una obra magistral para que lo cuenten de vez en vez entre apodos y chistes en ese parque de mangos...


    Saludos a deshora.

    ResponderEliminar
  3. Mae... Ahora la vida tiene un poco más de sentido... Gracias! Estupendo relato, Cho!

    ResponderEliminar