jueves, 24 de septiembre de 2009

Te estoy hechando el cuento (V)

Sobre cómo ser héroe
o
cómo mantener un matrimonio de años,
cumplir lo que se ordena y soportar al prójimo

Esa mañana el militar se levantó con unas ganas terribles de tener sexo con su esposa, años que no me pasaba eso, un no sé qué. Tenía dos opciones, claro, o dejarme sorprender y quedarme allí atontado sin mover un dedo o empezar a acariciar su cuerpo. Vale decir que las dimensiones corporales de la mujer eran desgraciadamente más amplias y menos firmes que la primera vez que la convenció dejarse desnudar en el asiento trasero del auto de su padre. Tampoco podría decirse mucho de mí, debo aceptar, y ya la excusa de “mañana empiezo dieta y me afano más en el gimnasio” no es viable. Tal vez si hoy no hubiera sido hoy, probablemente me hubiera concedido esa pequeña mentirita.

Se desplazó pesado y silencioso por las arenas de su cama hasta encontrarse con su sirena encallada, bastante más venida a menos a como la recordaba de ayer, un bufido entre sueños le desbarató el primer intento. No importaba, envió sus fuerzas de operaciones especiales para tomar la fortaleza en silencio y sin alertar la guardia, así que una vez desnuda me dediqué a despertarla con cosquillas en lugares estratégicos, aunque desde el siglo pasado no surtieran efecto esas bombas caza-bobos para la desapetencia. Y no me equivoqué, se despertó con la cara roja sea de excitación o del catarro que tenía tres días de soportar, sabrá Dios. Aturdida le costó un poco darse cuenta de la situación; pero una vez que el enemigo constató inútil cualquier intento de resistencia abierta inició una guerra de guerrillas con sus manos tratando de dejarme fuera de combate lo más rápido posible. Inteligencia había previsto ese escenario y lo contrarresté de inmediato volteándola con algo de dificultad, de modo que boca a abajo sus ataques manuales se hacían algo más descoordinados. Claro, y aquí el militar bajó la vista y el tono de su voz se volvió austero, ella sabía que el mayor ímpetu del ataque en los últimos años se había estado descargando mucho antes de tiempo, por lo que el enemigo pensó que esta batalla pronto acabaría... y sin embargo en el resto del relato volvió a tener la confianza y el orgullo que el princio, pues esta vez no hubo traición en las líneas y las tropas se desenvolvieron en los tiempos adecuados. El pecho henchido y una sonrisa boba.

Al servirle el desayuno ella, que siempre le había parecido una típica mujer americana, madre de dos hijos y esposa de un militar de tres estrellas, se le quedó viendo como esperando el milagro por el que venía esperando hace ya tanto; tal vez se compuso, mire, no podía menos que alegrarme. A él creo amarlo y además, a mi edad y con esta ruina de cuerpo nadie me volvería a ver. Así que resignarme a lo que mis manos y ciertos juguetitos podían darme, hizo una mueca que quería parecer sensual pero que más bien reforzaba la vergüenza de confesar eso, era lo único que me mantenían algo contenta. La perspectiva de noches algo más cálidas y mucho menos interesantes le hacía sentir un algo que definitivamente no era amor pero sí deseo.

Por primera vez en veintitrés años llegó tarde a su puesto el militar pero nadie le dijo nada, porque nadie era lo suficiente estúpido como para reclamarle “al viejo” ese desliz en su puntualidad. Por cinco minutos no se iba a acabar el mundo, dije esa vez. En este caso habla uno de los edecanes del militar, un chico ambicioso con más entrenamiento que cerebro; pues sí él jamás llegaría siquiera a cabo, pero al menos me tenía ordenadas mis cosas de la forma en que a mí me gusta, el militar habló con algo de condescendia acerca de ese idiota condicionado en seguir las órdenes de un superior sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo. Algo mecánico era yo para hacer lo que me enviaran a hacer... Pero oiga no crea que por decir eso no me esmerara en la misión, no importa si fuera servirle más café al viejo o entregarle informes y cartas, al contrario yo sé que cada tarea encomendada era un reto, que ayudaría a determinar el triunfo final contra nuestros enemigos y que cada vez que la desempeñaba con éxito era una victoria sobre ellos, aún cuando nadie lo reconociera. Como alguna vez mi instructor nos eseñó: “el verdadero héroe permanece anónimo”, no lo entendí hasta que me tocó servir con el viejo. Claro que era una mierda ese puesto, olvidado hasta el olvido en Arkansas en lo más profundo de un viejo silo cuya época de gloria en la Guerra Fría fue haber sido construido, el militar apenas si movió un músculo de su cara al decirlo.

Un final ingrato en mi carrera impecable, aún con el desastre de que hombres de mi unidad de la Tormenta del Desierto fueran de los primeros en salir en televisión protestando dizque por culpa de un mal misterioso que los medios llamaron la Enfermedad del Golfo... No merecía algo así. Malditos liberales, comunistas de mierda, el Presidente debería enviarlos a trabajos forzados en Alaska o en las cloacas de Nueva York, si no es que encerrarlos en Guantánamo o en Pakistán, para que las toallas los filetearan en nombre de Alá. El militar pensaba en eso al llegar tarde a su oficina, olvidando para siempre lo inusitado de haber tenido con su esposa sexo satisfactorio al despertar. Le escupió un par de órdenes a su edecán, café y algo más; mejor ni le hubiera dicho que me repitiera la orden... estoy seguro que me quería morder, ¡claro que lo hubiera mordido si hubiera podido! A veces quise tener un palo cerca cuando él andaba por ahí, para ver si se le acomodaba el cerebro.

No pudo siquiera darle un sorbo al café. Un mensaje cifrado que requería de su presencia inmediata, mierda, casi me orino en los pantalones, reunión con los inadaptados sociales de sus subordinados más cercanos. No hay duda, es auténtico alguien gimoteó, una última muestra involuntaria de humanidad. Siguió entonces el protocolo para este tipo de casos, cerrar cualquier vía de comunicación no segura, bloquear entradas, armar las bombas, indicar los objetivos, ciudades o emplazamientos militares, que nadie recordaría nunca. Teniente Wilkins a mi cuenta, la llave de lanzamiento en la cerradura, la instalación era vieja y estaba a punto de ser retirada del servicio; uno, dos... señor sabe que esto podría ser la Tercera Guerra Mundi... cállese Wilkins, no me obligue a una corte marcial, usted sabe a qué me refiero... silencio angustioso, esperando la orden señor, ¡tres!

Tres escondido en su ratonera metros y metros bajo la superficie, esperando la represalia. Ningún mensaje del presidente o alguna otra autoridad competente. Silencio, nada, vacío. A lo mejor no quedaba nada de humanidad y para ese entonces la superficie podría estar ardiendo como el infierno y su cuota de horror ya no llegaría nunca. Hay un momento donde tengo una laguna y de pronto me encuentro aquí hablando con usted, interrumpido por mi esposa y por este... ahora puedo decirlo sin dificultad, con este imbécil bueno para nada.

Usted me había preguntado al principio, no he olvidado... Le podrá parecer raro pero en lo último que pensé no fue en eso del amor a la patria y a la bandera, no fue en mi esposa ni en mis hijos, fue que la última vez que tuve buen sexo por la mañana había sido antes del nuevo milenio.


Alajuela, Cantón Central

25 de septiembre, 2009